Quedan las películas y las palabras de José Luis Borau y Tony Leblanc.
Triste fin de semana para el cine español que ha perdido a dos de sus grandes figuras:
José Luis Borau. Guionista, director, productor, profesor, escritor, editor, actor, expresidente de la Academia Española de Cine, expresidente de la SGAE, miembro de la RAE, del patronato del Reina Sofía y amante del cine por encima de todo.
Entre sus títulos, destacamos: Brandy, Mi querida señorita, Furtivos, Río abajo, Tata mía, Niño nadie y Leo con el que obtuvo el Goya a la mejor dirección.
Nos quedan sus películas, sus palabras y una imagen que perdurará siempre: sus manos blancas en la gala de los Goya del 98.
“Hay algunos momentos en los que no estoy haciendo una película, en los que sólo estoy viviendo, pero que me sorprendo a mí mismo pensando: “Esto es como cuando Henry Fonda en Pasión de los fuertes sigue en el porche esperando que llegue la mujer a la que ama”.
“Los recuerdos, los sueños y las imágenes atesoradas a lo largo del tiempo, millones de “fuis” en definitiva, componen la argamasa de nuestra alma, fabrican nuestro último refugio de identidades, el recóndito e indivisible cuarto de atrás”.
Tony Leblanc. Protagonista de títulos como El día de los enamorados, Los tramposos, El hombre que se quiso matar, Las chicas de la Cruz Roja, Historias de la televisión, El tigre de Chamberí. Portero de fútbol, empresario de revista, bailarín de claqué, artista, boxeador, cómico, cantante, compositor, director de tres películas.
Obtuvo el Goya al mejor actor secundario por Torrente: el brazo tonto de la ley, después de recibir el de honor cuatro años antes, en 1994. Entre sus hitos extraños, ese sketch televisivo donde pelaba y se comía una manzana.
En una entrevista, después de que le concedieran la medalla de Oro de la ciudad Madrid, demostró lo alambicado que puede ser el madrileño castizo.
“Mis papeles, los he estudiado, me los he comido, los he digerido, pero no los he expulsado. Han quedado siempre dentro de mí. Les he prestado la voz, las manos, mi forma de mirar y de escuchar. Por eso cada uno lo hacemos de una forma diferente.”
“Soy chispero. Chispero viene de chispa. La chispa del madrileño, con el safo y la parpusa, que hay poca gente que sepa que el pañuelo y la gorrilla del madrileño se llaman así. Y hay muchos otros términos, pero yo no quiero presumir, porque hay muchas otras personas de mi edad que de eso saben más que yo. Pero… la chichana es una jeremandona que se había ido de la húmeda, se había puchao a la bofia, y por chungaleta me habían subido diecisiete quintas en el saco del escaribel”.
Dos grandes y únicos. Buen viaje, amigos.